Y entonces, como somos tan inteligentes, creamos símbolos, representaciones de la realidad en nuestra cabeza para poder referirnos, pensar, hablar de la realidad con otros. Y ahí ocurre la catástrofe: nos quedamos para siempre enredados en esas representaciones que inventamos sin conocer, sin experimentar la realidad tal como es. Damos un paso atrás y en lugar de vivir, hablamos de la vida. Nos convertimos en eruditos de la existencia sin siquiera caminar por la calle. Nos quedamos en la palabra, en el libro, en la ecuación, en el pensamiento, en el dibujo y en los componentes de la manzana sin haber saboreado la manzana. Nos quedamos ensartados en el dedo que señala hacia la luna.
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