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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Se rompió el cántaro

Se rompió el cántaro al fin. Se rompió el bicho ese que tanta agua llevó, que tanto cuero llevó. Se rompió esa vasija que parecía eterna, invencible, pero que resultó frágil como tantas otras cosas menos mercadeadas. Después de tanta carga a cuestas, después de tanto peso extra que le metimos con disimulo, con argumentos de falso amor, de responsabilidad robada, el recipiente otrora imbatible, se rajó y dejó salir todo lo que tenía para quedar vacío, para quedar quebrado para siempre. No fueron pocas las advertencias. No fueron ligeros los avisos. En algún momento se preveía que ocurriría, y como todo es perfecto y no como se nos antoja que sea, se trancó el juego, se apagó la luz y, fingiendo sorpresa, nos llevamos las manos a la cabeza y nos lamentamos airadamente pa que nos escucharan. Al final, y si nos ponemos serios, era lo que tenía que ocurrir. Las causas no eran para menos, no eran antecedente para otra cosa. En un despliegue de perfección natural, lo que cargó hasta con lo que ya no pudo, se vio vencido y se tuvo que despedir de la forma que siempre lució, de la existencia que siempre practicó. Solo queda examinar la historia con la seriedad del caso y poner las barbas en remojo, que la vaina no es jodedera.

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