Qué fastidio es respetar. Tremendo el esfuerzo por no imponer nuestro punto de vista, “lo correcto”. Me revienta que cuando dices algo que está errado, no me pueda subir en este murito y explicarte con lujo de detalles la verdad que te tengo preparada desde que me desperté. Respetar deja ese prurito, esa picazón en cada parte del cuerpo, cuando me aguanto las ganas de ponerte en tu lugar… y si fuese en público hasta masiva sería la lección. La verdad es que no te odio, ni a ti ni a los que se atraviesen en mi camino diciendo o cometiendo estupideces, tonterías equivocadas y hasta peligrosas, pero es que alguien tiene que corregirlos. “Debo salvarlos con mi verdad”, me gritan las tripas. “Tengo que decirlo, ¡tengo que decirlo!”, retumba en mi cabeza. Según he visto, tengo la razón. Pasan los años y estoy seguro de que mis puntos de vistas deben haber vencido a todos los que se equivocaron delante de mí; bueno, la verdad es que no espero que lo reconozcan, porque, entre otras cosas, ninguno me habla.
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