Fui solo un rol. Fui solo un rol y ahora no encuentro qué hacer, cómo sentirme. Fui padre abnegado y cuando mis hijos se fueron e hicieron sus propias vidas, solo me quedó la frustración de no poderlos ayudar más. Fui trabajador incansable, el mejor dispuesto, pero al quedar finalmente sin empleo, solo me quedó la ansiedad y el ridículo cheque. Fui uno de los atletas más destacados de barrio, reconocido hasta en los medios locales: toda una figura. Pero al pasar de los años, el declive normal de las energías, los achaques y las dificultades me dejaron en casa sin poder ganar ni un trofeo más. También fui joven. Enérgico, apasionado, portador de la irresponsabilidad y el desdén asociados, de los sueños y las grandezas siempre pendientes por las que podía arriesgar cualquiera de mis bienes físicos o mentales. Pero ahora estoy en el atardecer de mis días, con más frustraciones que satisfacciones por haber corrido con los ojos cerrados y resistiéndome cada día a la idea dejar de ser el tipo capaz de levantar una familia o un bulto pesado al mismo tiempo. Hoy, mirando por la ventana y con la taza de café en la mano, me di cuenta de que el tiempo pasó y me atasqué en el rol más prometedor, sufriendo la confusión que deja ser un disfraz y no quien decidió usarlo.
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