Juventud,
dulce enfermedad. Tiempo de libertad disputada, incomprendida por otros.
Despliegue grosero de habilidades mentales recién adquiridas todavía en
formación, pero que defendemos como si fuese la verdad última a entregar al
mundo negligente, siempre opuesto. Desinterés por estadísticas de cuántos
fallaron por hacer las cosas exactamente como se planean ahora. Arrojo
increíble para apostar a perder porque sí, porque parecería debilidad, “porque no
puedo echar patrás”. Jueces y verdugos invencibles del resto del mundo. Malabar
peligrosísimo con el concepto de dignidad, amor y libertad. Gríngolas que no
dejan ver para los lados, reduciendo el panorama a una necedad infinita.
Pero no me pondré fastidioso. No trataré
de detenerte porque yo caminé por ese mismo camino de espinas voluntarias y ahora
me parece que cada quien debe vivir de esa enfermedad que solo se quita con el
pasar de los años. Como dijo Sentimiento: “Sin sombra no hay luz”.
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