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jueves, 21 de febrero de 2019

¿Honesto yo?


Ya casi no me hablo. Me miro y paso de largo. Me da una ladilla pesaísima decirme mis cosas en la cara. De hecho, a veces me pregunto cuál es el peo, pero, pensándolo bien, no lo sé o no quiero saberlo. Mientras mi silencio se prolonga y el corte de la comunicación conmigo mismo va a las mil maravillas, me va dando gripe, luego sarpullido y finalmente el divorcio. Debo hablarme de nuevo. Debo reintentar saber en qué ando internamente. Escuchar a tanta gente allá afuera no me ha servido de mucho, a pesar de la buena intención de algunos. Durante dos noches que llegué a la casa solo y antes de dormir (solo) apagué la luz para ver qué salía, pero solo salieron las canciones nuevas de reguetón, mientras me acordaba de las rumbas buenísimas a las que iba. Pero no quiero hablarme. No quiero escucharme. El diálogo sigue roto. La peor separación es conmigo mismo, y siento que voy a reventar si no resuelvo esto. La inconciencia me partió en dos: en el que jode y en el que sufre, y mientras estos dos mequetrefes no aprendan a quererse de nuevo, creo que estaré irremediablemente jodido.

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