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sábado, 9 de febrero de 2019
Ya vivo en otro mundo
El mundo
alrededor se está poniendo harto fastidioso. Ya las cosas no me resultan fáciles
y automáticas como antes. Se me caen los objetos de las manos, tropiezo con los
muebles y no logro dar con el porqué. Mis cálculos del espacio ya no son
eficientes: debo replantearlos cada vez, conscientemente, para no quedar como
un tipo torpe ante la audiencia. Mis disertaciones se ven pobladas de palabras
que se olvidan en el justo momento —afortunadamente, siempre alguien me
completa la idea—. Muchas cosas que ya no recuerdo ocurrieron recientemente,
mientras me aferro a algunos recuerdos, reflexiones y revelaciones del pasado. Muchas
cosas por el estilo me hacen detenerme y reconsiderar el escenario actual, y
pareciera que varias alarmas tocan la puerta para que inicie inmediatamente los
“tratamientos pertinentes”… tú sabes: hay que cuidarse. Pero chico, a la vez
que mis días dan una voltereta a la que debo reajustarme, siento menos apego
por muchas cosas de ayer. Podría ser que extrañe correr, saltar o subir un
cerro usando las manos, eso está lejos de haber marcado mi vida, por lo que no
puedo extrañar lo que fue escaso. Sentarme frente a la naturaleza verde y
marrón, gris y azul, durante ratos de contemplación se ha instaurado como mi
nuevo pasatiempo, como el medio para la nueva búsqueda de lo que no se puede
percibir con los sentidos. Esto me pudo sonar bastante ridículo cuando era
adolescente, pero ahora, definitivamente, no lo es. No sé si soy otro más
interesante que antes o soy solo yo mismo, sin la carga de basura recogida mientras
corría, saltaba o escalaba… mientras viajaba tan veloz que no veía por dónde
pasaba.
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