Se tapó el cerro. No se
ve. Se cubrió con neblina y lluvia, pero ahí está. Cualquiera que venga y mire
dirá que no hay nada ahí, que es solo vacío; pero yo lo he visto, es más: lo he
subido, y desde arriba, mirado el sitio desde donde estoy hablando ahora de él.
Nadie que no conozca a esa maravilla daría una moneda en una apuesta “ganada” a
que no está allí, a que no existe. Es entonces, después de tanto estar
pensando tonterías mañaneras, cuando percibiendo mi camino diario, me pregunto:
¿cuál es mi cerro cotidiano, ese que no puedo ver aunque esté, aunque determine
mis pensamientos, mis acciones, mis creencias? ¿Cuál es mi neblina, esa que no
me deja ver lo que está, lo que llamaríamos “realidad”? ¿Dónde está mi lluvia, la
que es solo temporal y cómplice de otros factores al esconderme un
trozo del panorama? Mire usted, ahora no lo sé, pero tengo buena idea de ello…
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