Su negativa ante la llegada casi imperceptible de la vejez lo hizo atribuir a su torpeza elementos fantásticos que la hacían parecer una fuente de anécdotas fuera de serie. Se enganchaban las correas, no encontraba sus cosas, se tropezaba con objetos inexistentes y demás episodios que se iban juntando con las dolencias inevitables de una vida de descuidos y ligerezas. No fue sino hasta que un último acontecimiento que ya no recuerda lo hizo percatarse, dolorosamente, de la presencia, innegable por evidente, de eso que tanto temió: ser un viejo.
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