A falta de apuntalamiento interno, de asidero propio, mi identidad debe salir y regarse por allá fuera para constituirse de lo que encuentre por ahí. De ahí que debo ser patriota rabioso, un apasionado miembro del condominio o del partido, de un exclusivo grupo contemporáneo o profesional. Desaparecí de mi propia intimidad. A falta de ser, debo pertenecer, debo hacer incansablemente. Debo defender apellidos, banderas, logos y hasta hobbies para sentir que estoy haciendo lo correcto, que no estoy traicionado eso que ahora soy. Pero no soy nada de eso, realmente, porque todo ello es secundario. Aunque mi ego me grita que me atrinchere, que apuñale al desertor, en mi soledad se desata todo lo que dejé abandonado: mi verdadero yo: eso que era antes de ser enjabonado con ideas de otra gente. Es como una verdad que me persigue mientras yo busco enterrarla entre la multitud, entre el ruido, entre las consignas inútiles que igual no me dejan dormir en paz.
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