Ah cuerpo valiente, que llega a ser, con la fuerza de la tradición demente, el receptáculo final de las penas. Vaya cuerpo nuestro, que al manifestar sus sensaciones, sus malestares y sus enfermedades, reconoce la basura que nos habita ya desde hace algún tiempo. Pobre cuerpo, transporte ciego y fiel que se enreda con tanta mierda que entra por los sentidos, pasa por el lente de las creencias y se queda, como ventilador maldito, dando vuelta en la cabeza y transmitiendo día y noche el constante cortocircuito que dará al traste con su existencia. Finalmente, pobre cuerpo, terminarás siendo la bruja a cazar por todo el tiempo, por todos los miedos vividos y yacerás a un lado del camino, dando miedo y lástima, como si fueses el responsable de tanta pretensión y tanta mala decisión durante tus años mozos y de defensa testaruda durante tus otros postreros.
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