Llegaron los políticos de nuevo. Llegaron a la placita de aquí cerca, con sus mensajes, sonido y simpatizantes aplaudidores propios. Después de quién sabe cuánto tiempo, estos fantasmas con mortaja nueva se asomaron por el vecindario y armaron el viejo espectáculo de discursos apasionados, ¡gritados!, prometiendo varias y más cosas, sucedidos, claro, por los jalamecates de extraño entusiasmo que se trajeron en el paltó. Con es el estupor del caso, nos quedamos mirando por la ventana, tratando de escuchar cómo es que iban a tumbar a la dictadura, a reactivar el aparato productivo, los empleos y un largo blablablá, por supuesto, sin decir cómo. Después del último discurso, el del diputado desconocido de la camisa color guayaba —que por demás hubiese estado espectacular hace unos 50 años— la farsa montada al viejo estilo se desmontó y claro, cerrando el acceso del tránsito con solo unas 30 personas para tomarse fotos de cerquita pa las redes y con el candidato —uno no sabe si gana, pues—, toda esa ridiculez se fue antes de que le cayera el palo de agua justiciero que prometía caer. Al parecer, ellos no se han dado cuenta de todo lo que pasó al país y ahora prentenden reanudar toda la miseria inicial que nos sumergió en la calamidad.
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