Cuando se acaba el miedo, queda la paz. Cuando desaparece la ira que el miedo produce, queda la simpatía. Cuando se va la tristeza que el miedo inyecta, aparece el amor y la compasión. La paz y la tranquilidad no son estados “neutros” o aburridos; son estados en los que a falta del freno miedoso, de la contención de la belleza que llevamos dentro, se inunda cada pensamiento, cada acción. Caen las creencias para mostrar la realidad más real, que es la del momento, la de ahora. Sin regurgitar el pasado glorioso o pestilente; sin rumiar en la angustia de un futuro que solo está en la cabeza, las mezquindades se apartan lentamente hasta quedar en esa especie de final de la pesadilla, en el que te das cuenta de que estás realmente bien, que no estás abandonado, que estás acompañado por quienes comparten tu tranquilidad, tu desprendimiento, tu nueva manera de ver la vida… sin miedo.
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