Espero que cuando caiga el tiempo encima de mi cuerpo y mi mente, todavía pueda encontrar algún resquicio de lucidez —o al menos de paz— en la que me pueda refugiar. Tal vez en los buenos recuerdos, tal vez en lo que pudo pasar, tal vez en la belleza del mismo momento en me que toque vivir esos instantes a los que tememos llegar. Espero, pues, que los laberintos sean breves y hasta predecibles, para agarrarles la maña y saber cuándo estoy viviendo un truco de la mente exhausta. Quiero ser la conciencia breve en la descompostura regular, esa puerta siempre presta a aterrizarme las veces suficientes como para jugar a las escondidas, y hasta con concierta picardía, con eso que llaman no existir más.
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