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lunes, 1 de marzo de 2021
Un fuerte dolor
Comienza de nuevo el conteo de los días. Empieza, asimismo, a asomarse lo que pronto será un fuerte dolor o, más bien, el primero de ellos. Cada movimiento mal hecho me indica que ya no es el mismo cuerpo de antes, los mismos músculos, los mismos huesos. Mi movilidad se va comprometiendo a medida que pasan los días hasta alcanzar el entumecimiento odioso que da la campanada para la sesión de analgésicos correspondiente, odiosa, obligatoria. Todos los ciclos comienzan con un delicioso amanecer cualquiera, sin molestia física alguna. Es el mejor día y medio que se pueda imaginar en eso de andar, de trepar, hasta de correr. Un ánimo radiante derivado del bienestar físico me lleva de sus hombros hasta que, al cabo de una horas, la rodilla da su primera señal y marca el nuevo final de mi luna de miel con mi cuerpo. Poco a poco la columna cervical y la lumbar marcarán tarjeta y entrarán en la jornada sin ser invitadas. Medio día después, la migraña y el pitido en el oído irán in crescendo, así como el dolor en las articulaciones y los talones. Finalmente, se instalará, como Pedro por su casa, el mareo al acostarme y el peso de mis párpados que inauguran el aquelarre de disfunciones y alarmas enloquecidas que indican que la causa de todo ese sufrimiento todavía no ha desaparecido por casualidad o de un milagro, como siempre pensé que ocurriría.
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