Siento el viento debajo de mis alas, pero no es un viento que por ahora augure buenos tiempos instantáneos, automáticos. La seña parece ser el cambio, pero nada que me cae el manual del cielo. No hay pistas fáciles de seguir. No hay papá ni amigo que nos lleve de la mano. Solo se nota una presión en el pecho que grita que hay que saltar. Mientras, aferrado a mis costumbres, a mis mañas y mis credos, resisto lo que parece que se impondrá en algún momento como el mandato lógico de los tiempos. Parece haberse expedido el decreto de cumplimiento obligatorio en el que, quien al fin ve algo de luz, debe dejar atrás todo lo que se agarró con fuerza, a todo de lo que se aferró en los momentos raros o difíciles y mira: hay que obedecer. Lo curioso es que quien ordena no es ningún ente externo a nosotros, sino esa parte nuestra que permanecía oculta, sometida al pensamiento superficial, ligero, y que ahora aparenta estar tomando el control después de detectar tanto traspié, tanta contradicción, tanta dualidad y ahora decidió salir a la superficie y establecer sus reglas. Aparece un camino nada fácil, que trae algunos remedios nada agradables después de los cuales posiblemente ocurrirá la tranquilidad, el sosiego que promete la curación de tanto sobresalto, de tanta paja externa que no se calla, de tanto espejito embaucador que me trajo a este lugar tan distinto a mí.
Excelente
ResponderEliminar