¿Qué tal si el placer estuviera sobrevalorado? ¿Qué tal si entendiéramos que esos picos de emoción y su fugacidad son todo un fraude? ¿Cómo sería si examináramos muy bien el fiasco de lo efímero y visualizáramos que el desengaño siempre estará de primero en la cola? ¿Qué podría ocurrir si aunque sea a los carajazos nos enteramos todo es una trampa cazabobos? Un beso te llevó al sexo y luego a 35 años atrapado en un infierno por cuotas. Una proposición indecorosa te alejó de tus mejores compañeros de vida. “Decirle en su cara su merecido” te llevó a la soledad. Definitivamente, lo que da placer tiene los minutos contados porque esta bajadita deliciosa no tiene cómo gustar ni durar para siempre; no tiene cómo quedarse enganchada en la risa, cómo ser la regla permanente. El cantante dice que “hasta la belleza cansa” y después de haberme lanzado por tantos barrancos que comenzaron “ricos ricos” y nos dejaron invariablemente herido, lo pienso dos veces y doy mi pasito para atrás antes de seguir perdiendo mis tesoros inmerecidos. ¿Que si no me gusta sentir placer? No lo dejaría por nada del mundo, pero ya sé que puede tener escenarios seguros y siempre renovables. Ya no es esa motivación todopoderosa que me muestra el dulce con una mano, mientras con la otra prepara el garrote.
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