Se me impone una
urgente necesidad de aceptación de las cosas. Todo gira en mis flancos y lucho
con y contra cada cosa que se me presenta a diario, sin excepción. El semáforo,
la hora, el abusador, el clima, el ascensor, la política, el delincuente, la
economía. Y así voy, resistiéndome cada vez, con la energía que me otorgan mi
buena crianza, mis ideales, mis estudios, mi buen gusto, mi experiencia en las
cosas de la vida. Y así voy, sin propósito definido, metiéndole el pecho a cada
obstáculo que me depara este mundo cruel, despiadado que, sobre todo, la agarró
conmigo. Si alguien me pregunta cómo se hace eso de la aceptación, le diré con
la mayor honestidad que no sé, que no tengo buena idea de ello. Pero lo que sí
sé es que este ritmo de existencia es harto agotador, decepcionante,
angustiante; y si la enfermedad crónica es el resultado de pasar los días en
este suplicio, seguro no es el camino correcto, no es ahí adonde tengo que invertir
mis esfuerzos, mis horas. “Aceptar” suena a no luchar más, a no resistir más, por
más “tú a mí no me jodes” que tengas guardados para repartir en la casa, en la
calle, en el trabajo. “Aceptar” suena a estar conforme, por muy adversa que
resulte la contienda del momento. “Aceptar” se parece más a “Ser” y a “Vivir”,
a dejar rodar la existencia haciéndola más liviana. “Aceptar” suena como la
causa y el efecto de aprender y usar las herramientas recién adquiridas, a
deslizarse, a caer, a fin de cuentas, en algún equilibrio, en alguna paz de
esas que dicen algunos… algunos que siempre nos han parecido desquiciados y que
se la pasan sonriendo sin razón. ¿Qué no voy a lograr las cosas que tenías
planeadas? Bueno… tú verás si celebras tus tremendos logros en la sala de un
hospital.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
miércoles, 29 de noviembre de 2017
martes, 21 de noviembre de 2017
¿Malos cauchos?
Desde hace poco tiempo
he estado pensando que el ser humano debe demostrar ante sus iguales que vive
de la manera en la que les afirma vehementemente que cree. Así pues, nos damos
cuenta de inmediato que es muy fácil encontrar personas que anuncian una filosofía
de vida, mientras en la práctica no se encuentran muestras creíbles de esa
filosofía. Por supuesto, ninguno de nosotros escapa a este comportamiento
fraudulento en algún momento. El cristiano le desea la muerte a un prójimo; el
socialista sueña con una camioneta lujosa; el capitalista exige la ayuda del Estado.
Tenemos la cabeza por un lado, y los pies, que son quienes nos llevan por la
realidad publicitada, por otro lado.
Esta reflexión me trajo a la mente un programa en TV que
hablaba de la fabricación de un carro de Fórmula 1. En este programa convocaron
a distintos técnicos especialistas en las diferentes disciplinas que participaron
en la construcción de este portento de máquina. Cada uno de ellos destacó la
importancia de su parcela en el resultado final. Cada uno identificó los
elementos que hacían que este producto obtuviese tan alto nivel de calidad.
Pasaron cada uno de ellos a la conversa hasta que llegó el
tipo de los cauchos. El hombre dijo (palabras más, palabras menos) que todo lo
dicho en el programa hasta el momento, todo ese bagaje tecnológico logrado
durante años de experiencia y avances tecnológicos no podría desplegar todas
sus capacidades si no contaba con cauchos de excepcional calidad. Es decir, que
el logro técnico era una cadena de acontecimientos que darían resultado solo
cuando el carro estuviese unido al suelo por medio de los cauchos.
Parece simple, obvia, pero esta afirmación nos deja ver que “del
plato a la boca se cae la sopa”, y si el punto en el que el proyecto se hace
realidad no se actúa en correspondencia con el compromiso, todo se viene abajo
y queda como una gran mentira, como una simple hipocresía bien trabajada. Se
podría aplicar esta imagen de consecuencia a lo dicho sobre la filosofía de
vida: muchos de nosotros elaboramos discursos, estudiamos maneras, nos
abalanzamos sobre el otro con toda una manufactura mental —brillante, por
cierto—, con argumentos que rayan en lo mesiánico hasta lograr quedar muy bien
ante la audiencia de cada momento. Sin embargo, al salir del recinto, del
auditorio donde dejamos tremendo discurso, regresamos a nuestra vida llena de
vicios, de mentiras e indiferencias. A pesar de nuestra excelente buena fama,
no somos más que un repositorio de enredos por trabajar, de honestidades por
demostrar, de responsabilidades por ejercer.
Hay que reconocer que tenemos malos cauchos. Cuando pusimos
los pies en el suelo nos dimos cuenta de que todo el sistema previo no
funcionaba como creíamos que funcionaría, sobre todo para nosotros mismos: hay
que completar el trabajo.
viernes, 17 de noviembre de 2017
La talanquera
De repente me detengo,
miro alrededor y descubro que estoy perdido. Perdido en el camino que creí
conocer a mi antojo. Perdido entre costumbres y argumentos que con tanta pasión
y cacareada conciencia me esforcé en defender. Perdidísimo de un sopetón en lo
que solían ser mis dominios. Extrañado, abro la maleza de un lado de mi camino
y puedo ver otros caminos, otras vías que aunque les había echado un vistazo,
siempre las descarté de una vez. Otros caminos que por efecto de alguna brujería
malintencionada de alguien más me dejan ver sus sentidos, sus maneras de ser,
sus reglas simples de funcionamiento. Aunque ha pasado ya cierto tiempo y aún sigo
caminando por mi camino, he puesto atención a los caminos paralelos, que lejos
de ser la equivocación que catalogué al inicio, ahora las considero formas de
existencia válidas, respetables y hasta emulables. Por ahora, siguen siendo objetos
excepcionales de estudio, pero que en medio de la observación atenta, de la reflexión
profunda, se van convirtiendo en modelos que coquetean con mis sentires, con
mis preferencias y quién sabe si, más adelante, con mis decisiones. Por ahora
seguiré por este, mi camino de siempre, existiendo en esta lógica imbécil que
justifica el hambre, la muerte y la guerra, pero continuaré dando mis vueltas
por esos otros terrenos de investigación, de aprendizaje, de placer inesperado,
jurungando mi suerte con disimulo para saber si en alguno de esos paseítos, tal
vez me quede por allá y nunca más vuelva a lo que una vez fue mi única y
altisonante verdad.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
Solo soy el pescador
Aprecio con alegría y
agradecimiento lo que recogí de la fuente. Soy solo el pescador que sabe dónde
lanzar el anzuelo, el que tiene el privilegio saber dirigir el esfuerzo. Soy el
medio, no la fuente. La fuente radica más allá de mi entendimiento; de hecho,
no la quiero entender. Soy quien camina y disfruta de los elementos que me
fueron obsequiados por un tiempo, y que sin embargo no desea escudriñar para
catalogar, fastidiosa e infructuosamente, lo que llega a sus manos con
espontaneidad. Me rehúso a preguntarme, a excavar, a establecer con academia, de
dónde es que proviene todo aquello que acompaña mi existir y provee liviandad,
sosiego. Por ahora, seguiré flotando en lo que es, no en lo que debe ser. Después,
si tanto te interesa, le buscamos un nombre.
Fuente petulante
Soy la fuente, soy el
origen. Mis obras existen solo como una consecuencia de mi inspiración. Si la
destrucción física arrasa con mi manufactura, con mi creación, solo importará a
quienes ven desde afuera, a quienes tratan de atrapar un rayo del sol y guardarlo
para ellos como un objeto único, finito, inigualable. En caso de catástrofe,
solo bastará un momento más para mostrar el nuevo producto, así como lo hace la
planta nueva luego de la extinción aparente de todo el bosque. No habrá
prohibición, no habrá obstáculo para detenerme; eso luce absurdo, dado que lo
que florece está resguardado, a salvo, y, paradójicamente, se activa con
hermosa urgencia con cada atentado que logra asomarse. Soy la fuente única, recuerda.
jueves, 2 de noviembre de 2017
Sistema chatarra
Fíjense que en los sistemas
humanos (políticos, raciales, económicos, sociales, etc.) que algún entendido
brillante del pasado inventó, por una o por otra razón inevitable, falla y deja
al ser humano en la vulnerabilidad ante sus propios vicios ─frecuentemente, al mismo ser humano
que prometió proteger─. Entonces, como no sorprende a nadie, si la falla está
en el componente fundamental, en piezas sujetas a fallas graves, imagínense qué
resultará del desempeño general de ese sistema maltrecho, creado por las ideas
de un grupo selecto, y defendido, casi a ciegas, a veces hasta la muerte o el
hastío, por el resto.
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