Eres tan sereno, que
inquietas. Tu tranquilidad choca demasiado con mis apuros, con mis ansiedades. Pareces
estar, mientras tu cuerpo camina entre nosotros y en medio del lío de siempre, en
un sitio mejor. Antes daba por descontado que estabas loco, que te faltaba un
tornillo, pero tu mirada portadora de un brillo extraño a todo, harto especial,
me encendió la curiosidad. Nada parece perturbarte demasiado. Sí se te nota
alguna inquietud esporádica, pero me fijado que después de algún instante vuelves
como imantado a lo que parece ser un equilibrio, tu aparente estado normal. Tus
breves palabras siempre son reconfortantes. Tus ritmos al caminar, comer e
incluso al contemplar el paisaje deja ver que andas en otra fiesta. Haces las
mismas cosas que nosotros hacemos, pero de un modo distinto. En lo cotidiano te
ocurren casi las mismas cosas que nos ocurren a nosotros, pero debo confesar
que solo nosotros nos sumergimos y enjabonamos en la queja y la recreación frecuente
del momento pasado; que solo nosotros caminamos con gríngolas autoinfligidas,
sin darnos cuenta del resto del panorama y hasta caminando en círculos. Ha pasado tiempo desde que te conocí, y muy
poco a poco me he dado cuenta de quien está loco y sin un tornillo soy yo. Tengo
miedo de conocerte mejor. No me atrevo a entablar una conversa extensa contigo.
Temo, al final del cuento que es mi vida, enterarme de que todo lo que he
construido hasta el día de hoy esté montado sobre una ilusión mentirosa a punto
de derrumbarse… de que toda mi existencia se haya sostenido por una falacia no
solicitada que comienza a crujir por el peso de la inconsciencia. Mejor nos vemos luego.
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