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domingo, 20 de agosto de 2017

Tan sereno que inquietas

Eres tan sereno, que inquietas. Tu tranquilidad choca demasiado con mis apuros, con mis ansiedades. Pareces estar, mientras tu cuerpo camina entre nosotros y en medio del lío de siempre, en un sitio mejor. Antes daba por descontado que estabas loco, que te faltaba un tornillo, pero tu mirada portadora de un brillo extraño a todo, harto especial, me encendió la curiosidad. Nada parece perturbarte demasiado. Sí se te nota alguna inquietud esporádica, pero me fijado que después de algún instante vuelves como imantado a lo que parece ser un equilibrio, tu aparente estado normal. Tus breves palabras siempre son reconfortantes. Tus ritmos al caminar, comer e incluso al contemplar el paisaje deja ver que andas en otra fiesta. Haces las mismas cosas que nosotros hacemos, pero de un modo distinto. En lo cotidiano te ocurren casi las mismas cosas que nos ocurren a nosotros, pero debo confesar que solo nosotros nos sumergimos y enjabonamos en la queja y la recreación frecuente del momento pasado; que solo nosotros caminamos con gríngolas autoinfligidas, sin darnos cuenta del resto del panorama y hasta caminando en círculos.  Ha pasado tiempo desde que te conocí, y muy poco a poco me he dado cuenta de quien está loco y sin un tornillo soy yo. Tengo miedo de conocerte mejor. No me atrevo a entablar una conversa extensa contigo. Temo, al final del cuento que es mi vida, enterarme de que todo lo que he construido hasta el día de hoy esté montado sobre una ilusión mentirosa a punto de derrumbarse… de que toda mi existencia se haya sostenido por una falacia no solicitada que comienza a crujir por el peso de la inconsciencia. Mejor nos vemos luego.

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