Ya recorrí ese camino
que tanto temía recorrer, pero mírame ahora con esta cara de contentura. No se
compara de ningún modo con los temblores del comienzo, de solo pensar que tenía
que hacerlo, de que no tenía otra opción… que se me habían acabado las excusas
y el último derrumbe me arrimó ahí mismito, al barranco. El sueño era como un
gato que se quedaba un rato a mi lado, pero que avanzada la noche se levantaba
y se iba hasta quién sabe cuándo. Pero nada, chico, aquí yazgo en el sofá, con
la tranquilidad que da la falta de resortes encontrados unos con otros. Nada de
esta claridad mental y de espíritu luce remotamente como el constante
sobresalto en el que me debatía, teniendo la solución a la mano, pero encerrada
en mi cuerpo paralizado, sudoroso, al escuchar la campana que tañía durísimo “otra
vez lo mismo”. Quién sabe cuántas veces tenga que pasar por la misma tortura;
seguir una y otra vez dejándome atemorizar por las jugarretas de mi mente, en
lugar de dejar fluir lo que tengo en las manos y resolver de una vez lo que
nunca fue un problema.
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