El odio está ganando, diríamos ahorita. Particularmente, no
creo que haya gente buena o mala, aunque sean activos contenedores de odio y perpetren
sus acciones en contra de los demás con aparente gozo interminable. No hay seres
malos que (igualito que como ocurre con la gente “buena”) hayan recogido
durante años los mensajes que los forman tal como se muestran en estos días. Estoy
de acuerdo, asimismo, que si no fuese por el avasallante poder de la bondad a
lo largo de los siglos (a pesar de no tener el poder clásicamente entendido),
ha sido amor el amortiguador y muro final que ha mantenido al ser humano lejos
de la inconciencia, la autodestrucción y la extinción definitivas.
Pero sí hay estruendosas y confusas batallas entre el amor y
el odio, en la que se intercambian banderas con corazoncitos y armas ensangrentadas
entre las manos de un mismo cuerpo, entre dos lados de una misma creencia que se
manifiesta con falsa vehemencia. Hay batallas en las que se expresa con
desesperación "Ya esto se lo llevó quien
lo trajo", mientras que en momentos más sosegados y de logros
extraordinarios se puede sentir la bendición del amor sobre uno mismo, sobre
los nuestros, sobre todos, articulados, no sé, ¿será por obra y gracia de un
milagro?
Y así van, así vienen, así siguen. Las batallas entre los buenos y los malos, identificados con rótulos perfectamente manufacturados en
serie por fábricas tan invisibles como efectivas, tan espejismo como dolor, tan
corona y tan espina. Entonces, observando la cosa como va, no puedo imaginar a
quienes planean, a quienes se benefician, para quienes el sufrimiento y el
dolor son solo una herramienta o, en el peor de los casos, algo invisible,
indetectable.
Pero me da la gana de ser optimista ahorita, en medio del
tumulto, de la escaramuza, y camino mirando atento por qué rendija se comenzará
a ver el próximo paso gigante del amor, ese que tendrá un período, un nuevo
período de triunfo y estabilidad, terreno fértil para nuevas ideas, para buenas
ideas, para construir sin la traición de la memoria, esa que cada vez se duerme
a conveniencia de no sé quién y nos hace perdernos de nuevo y caer en el engaño
de no poder ser críticos ni constructivo ante ninguna maquinaria caprichosa que
hasta vidas y dignidades enteras se lleva por delante.
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