Pasas pisoteando templos ajenos con
tanta naturalidad. Vas golpeando dignidades con la sonrisa de sobrado
que te adorna. Pretendes enlodar, con un zarpazo, el sedimento que ha
tardado un vida para llegar a ser suelo. Arguyes brillantemente -eso
sí- cada uno de tus criterios cuadrados, repletos de líneas y
vértices, cada una de tus revelaciones destempladas de cómo son las
cosas. Eres una cosa frígida, vacía, que flotas por sobre el
paisaje colorido, cálido, profundo, asegurando que es gris, frío y
plano. La sensibilidad no te interesa porque te descontrola, porque
en el pasado te has vuelto imbécil por sentir. Por eso has decidido
ser alguien inteligente, alguien lógico, alguien acertadísimo para
huir efectivamente de eso a lo que le temes, pero que te rodea y te
toca la puerta cada noche.
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