Somos
demasiado ya juntos. Ya éramos mucho cada uno por su lado. Cada uno tenía sus
riquezas, sus encantos fatídicos; cada quien contaba con el arsenal lleno del
cariño y el amor adecuados para compartir, para brindar belleza en libertad. Solíamos
leer la mente de los otros, entrando por los ojos y los labios. Éramos dos
fulgores que se atrajeron y armaron un portento de juntura. Nada más atractivo
existe que tales estrellas se unan para que ocurra la explosión que provea la
claridad para siempre. Pero algo crujió por dentro de mí y huí. No supe más de
ti. Tuve miedo. No sé qué hacer con tanto brillo –pensé–. Tal vez no brillo
tanto como tú –sentí, mientras temblaba en el rincón–. Quizás no brillo como todos
se esfuerzan por hacerme ver, y todo desencadenaría un desastre, una embarrada
sin precedente. No quiero ser protagonista del fracaso reiterado. Mejor me
quedo por acá, bien lejos de tus divinos rayos, haciéndole creer a quienes me
rodean en estos tiempos, en estos predios, vendiéndoles que soy el nuevo centro
de su sistema chucuto, mientras no dejo de sentirme como una despreciable
estrella enana.
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