Vivir en la desesperanza, en la condena autopropinada de no poder cambiar el curso de los días, empegostado con la tristeza que semejante escenario ofrece. Tantos años trabajando el intelecto para desarrollar cierto y terrible tipo de ceguera que no dejará ver, cuando se madure, opción alguna para las viejas y eternas necesidades. No se puede hacer nada más, dicen. ¿Qué vas a hacer si igual hay que pagar las cuentas?, sentencian. ¿Qué cuentas serán esas? ¿Qué caminos sin regreso serán esos? La cárcel actual no parece algo por lo que haya valido la pena gastarse el pellejo. No luce, mirando desde aquí, un lugar al que haya querido llegar y quedar, final y definitivamente atrapado, como un animal que no tuvo más remedio que hacer caso.
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