Cuando estamos perdidos, cuando nos salimos del camino porque perdimos el mapa original del terreno, muchos tendemos a olvidar que perdimos el rumbo y comenzamos, fantasiosamente, a inventar nuevos caminos que nos llevarían, según nuestra ilusión, a encontrar el destino necesario. Podemos escribir libros, dar charlas y hacernos famosos por inventar mapas “coherentes” y creíbles de cómo llegar al sitio, pero verdaderamente ni siquiera nosotros podríamos llegar allí. Todo esto pretende ser una analogía de cuando perdemos el comportamiento amoroso –si es que alguna vez lo tuvimos–; pero no el amor dramático o adolorido, sino el amor verdadero, ese que no tiene limitaciones en sus consideraciones. Quiero decir que, una vez perdido el camino amoroso, no hay mucho más que se pueda hacer para llegar al destino necesario, incluso entre el entretenimiento, la diversión y la pasión ocasionales, que son atajos que se desgastan muy fácilmente con la rapidez y frecuencia que ya conocemos.
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