Quiero, quiero y quiero, y solo veo la solución en el objeto deseado. Cuando tengo cómo obtenerlo, mi libertad de decisión me otorga la satisfacción. Pero resulta que ese “querer” no era producto de mi voluntad, sino de mis emociones. Resulta que esa supuesta libertad me venía dada por otra gente que me detonó esas emociones y no por mis verdaderas necesidades. Llevo tiempo cacareando mi nueva libertad, pero estoy notando ciertas goteras en el parapeto. Por un lado, lo que llamamos razón, ese conocimiento de mi bienestar, me dice que no debo querer esas cosas específicas porque me hacen daño. Por otro lado, mis pasiones emocionadas me indican que sí, que es exactamente eso lo que quiero, el de la marca tal, el del tamaño tal. Como un interno siquiátrico, me debato entre estas dos posiciones encontradas, sabiendo que ganará la pasión, la emoción, la novedad, el olor a plástico y cartón nuevos. Afortunadamente, parece que apareció en escena un nuevo actor, que es la conciencia y que está por encima de los mencionados y me hará demostrar, con un solo movimiento, que puedo seguir el designio de la razón en mi propio beneficio, en lugar de sucumbir de nuevo ante la seducción de la cosa sin calor ni propósito. Así lo pude hacer, a pesar de la flojera, la tristeza y la rabia, de tal manera que ahora sé que soy capaz de sentir la libertad que da la conciencia por medio de mi propia voluntad. Ahora ya sé qué quiero querer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario