Soy libre. Libre de la única forma en que se puede ser libre: libre de la identidad. Identidad es apego. Identidad es garrapata con algo con lo que nos quisiéramos fundir hasta ser eso mismo. Soy libre de la identidad; de la identidad con grupos, con multitudes, con pensamientos pasajeros, ajenos, interesados. Soy libre de las emociones perniciosas que alguna vez me definieron. Soy libre de la personalidad, esa bandera que clavamos tan convencidos en nuestro corazón inocente, ese maquillaje forzado con el que queremos aparecer ante los demás para no ser tan ese que éramos cuando niños, cuando comenzaron a nacer todas las penas y las vergüenzas actuales. Como verán, no dije “cómodo” o “feliz”… dije “libre”. Esa nueva libertad me suelta con una gran caja de herramientas en un campo en el que todo está por hacer. ¿Todo de nuevo? ¿Y eso no duele? Duele, sin duda, pero ya no aguanto los alivios, los paños calientes temporales que me traen doblado y cabizbajo desde hace rato. Ahora necesito curarme y eso requiere arrancar las costras viejas para crear nuevas cicatrices, efectivas, amorosas, que me permitan caminar a través de lo que otrora fueron rejas y muros construidos con las mismas fuerzas con las que ahora quiero destruirlas.
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