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martes, 8 de febrero de 2022

Alarma estúpida

Enojarse y preocuparse es tan fácil para nosotros que hasta resulta vulgar el mecanismo tan sencillo de estimulación y respuesta. Es tan, pero tan eficiente la trampa, que nos quita crédito para aquello de la seriedad. Somos una alarma sensible y estúpida que se activa con cualquier cosa que suceda, por muy insignificante que resulte finalmente el asunto en el sentido práctico. Sopla el viento, cae una hoja de un árbol o se escucha una voz, un pensamiento enrevesado y tendremos asegurado un rato de desasosiego cortesía de nuestra pendejada disfrazada de precaución, de dignidad. Somos, la mayoría de las veces, un montón de piezas sueltas que descansan encima de un resorte caprichoso que se activa muy vergonzosamente, quitándonos la posibilidad de madurar, de abstraernos, de ver las cosas en su justa magnitud y no con el drama ridículo que nos arrastrará, si es que llegamos, a ser viejos asustados y cascarrabias que alejarán −o por lo menos amargarán− a sus afectos.

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