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viernes, 24 de enero de 2020
Perdido para siempre
Me perdí
en algún momento. El camino se torció en algún punto de mi existencia y, sin
notarlo, llegué a un sitio muy apartado de donde necesitaba llegar. Sin embargo,
y haciéndome el que no le importaba el desvío, me estacioné a vivir allí, lejos
del destino que me que me esperaba sin prisa. Fingí echar nuevas raíces,
inventé juegos, maneras de entretenerme, razones para permanecer, pero todo lo
experimentado resultó muy efímero, repleto de una temporalidad que me
enfermaba, que me exigía un esfuerzo constante, de la necesidad de justificarme
ante los demás y exponer mi fracaso como un tremendo logro. Cada iniciativa se
desvanecía en poco tiempo, dejándome, cada vez, en un vacío que no entendía. La
infinidad de metas por acometer se perdía en el horizonte. Mi inconformidad con
los resultados a largo plazo me llevaba a una nueva empresa, a un aprendizaje urgente,
embutido por la consigna del momento. Pasaron los años y mis saludes física y
mental se deterioraron al punto del agotamiento innegable, evidente, casi
vergonzoso; al punto de comprender finalmente que no importaba cuánto
aplaudiera mis propios logros, si seguía viviendo en derivaciones de mi
extravío inicial, en espejismos forzados del ego, en ramificaciones erráticas de
lo que una vez fue la ruta hacia mi propia intimidad, hacia la paz que me
correspondía.
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