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domingo, 26 de enero de 2020
Funeral al natural
Ayer
estuve en un funeral y le dije a mi gorda: hay que lograr percibir esto como
algo natural. Al parecer, estamos asistiendo a funerales durante toda nuestra
vida —mientras llega el nuestro— y la reflexión mentirosa es la misma. Después de
un tiempito, el acontecimiento baja su intensidad y nos quedamos con su olvido
o, si era cercano, con la pena de creer que nada debió ser como fue. Florece la
promesa de hotel de unir a la familia para no perder de nuevo el contacto, los
buenos momentos, los recuerdos irreemplazables, y el inefable “lástima que solo
nos veamos en ocasiones como esta”. Pasan años, meses o hasta días en los que
nos sorprende la nueva despedida. ¡Sorprendidos! ¡Impotentes! ¡Rencorosos! Así fingimos
ponernos mientras seguimos jugando a la dualidad entre que la muerte nunca
llegará y la sorpresa fingida de la nueva partida. Así se nos pasa la vida,
¡sorprendiéndonos, pues!, dormidos, inconformes, berrincheros como el vecino,
sin entender el juego de la vida, su propósito, su día a día efímero y hermoso;
en peleas campales y altisonantes con los nuestros y los ajenos, dejando de hablarles, verlos, tocarlos, saber
de ellos por períodos irrecuperables, gravemente ridículos, sembrando con mucha
ira y a mucha honra, la nueva tempestad por venir, que aunque tarde más o
menos, te prometo que llegará y se abrirá de nuevo el telón de la hipocresía, del
autoengaño, del despertar a golpes, del berrinche, y claro: la tremenda
sorpresa… ¿verdad, mi pana?
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