La escoba está sucia por debajo. A pesar de su
función limpiadora, está cada vez más sucia por debajo. Está sucia porque tiene
contacto con la basura, con su objetivo. Después de varias limpiezas, el sucio se
comienza a acumular y a mostrarse. Es entonces cuando el dueño de la escoba
necesita retirar un poco el polvo, la mugre. Si no se practica este mantenimiento,
la escoba pierde las propiedades para las cuales fue creada y su dueño no
obtendrá el resultado esperado. Así es como este utensilio conservará consigo, perennemente,
en algún nivel, cierto grado de impureza.
Según esta
premisa, parece que nadie que tenga una determinada función profiláctica está exento
de tocar la mugre en algún momento. Parece que a pesar del propósito original,
soñado, anhelado por años, el camino y su rutina están siempre prestos a
ofrecer cierta cantidad de mugre dispuesta a adherirse y a acumularse en
nosotros. Parece que la mugre es inherente al camino, a la vida, incluso a la
función —aunque parezca paradójico—, y más si se tiene un dueño diligente.
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