Guardar por si acaso. Traer por si
algo. Esforzarse por si las moscas. Y así es como un paseo se convierte en
diligencia, como una precaución se convierte en un montón de basura. Así es
como una simple acción va echando pelos y raíces, hasta convertirse en otra
cosa, en algo complejo, en una responsabilidad salida de la nada. La vida se va
convirtiendo más en una eterna pasarela superficial, sin profundidad, sin
efectividad plausible. El miedo a tener la oportunidad o la necesidad y no
poder responder inmediatamente toma el poder de lo más sencillo y lo
transfigura en un fastidio durísimo de emprender cada vez. Pero nada, aquí
estamos, dando vueltas sin cesar, sin aguantar el paso, buscando algo que no
necesitábamos mientras olvidamos a qué fuimos. Compramos carros, casas, muebles
más grandes solo para guardar objetos, por si llega visita o si se queda
alguien; por si hay un terremoto o por si el meteorito de la leyenda se nos
estrella en la cara. Así quedamos como profetas tontos, útiles solo de vez en
cuando, a medias, mientras pasan los segundos sin presente, jalando desesperadamente, con nuestra mente ya enferma, tragedias que justifiquen nuestra brillante visión del
porvenir.
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