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lunes, 26 de febrero de 2018

Solo por si acaso.



Guardar por si acaso. Traer por si algo. Esforzarse por si las moscas. Y así es como un paseo se convierte en diligencia, como una precaución se convierte en un montón de basura. Así es como una simple acción va echando pelos y raíces, hasta convertirse en otra cosa, en algo complejo, en una responsabilidad salida de la nada. La vida se va convirtiendo más en una eterna pasarela superficial, sin profundidad, sin efectividad plausible. El miedo a tener la oportunidad o la necesidad y no poder responder inmediatamente toma el poder de lo más sencillo y lo transfigura en un fastidio durísimo de emprender cada vez. Pero nada, aquí estamos, dando vueltas sin cesar, sin aguantar el paso, buscando algo que no necesitábamos mientras olvidamos a qué fuimos. Compramos carros, casas, muebles más grandes solo para guardar objetos, por si llega visita o si se queda alguien; por si hay un terremoto o por si el meteorito de la leyenda se nos estrella en la cara. Así quedamos como profetas tontos, útiles solo de vez en cuando, a medias, mientras pasan los segundos sin presente, jalando desesperadamente, con nuestra mente ya enferma, tragedias que justifiquen nuestra brillante visión del porvenir.

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