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jueves, 29 de marzo de 2018

Mis queridos muertos


Mis muertos. Quienes se adelantaron en el camino. Quienes, antes de salir de viaje, dejaron una estela de amor, de cariño, de algún tipo especial de caricia que nos dejó prendados, recordando y hasta un poquito tristes. Sin querer queriendo organicé una reunión que los incluía. “¿Qué hace este poco de gente viva?”, pregunté sin obtener respuesta. Solo declinó la invitación uno solo, pero me prometió que estaba en algo, que para la próxima estaría con seguridad. Ahí estaban, pues, retomando lo que habían dejado, hasta con un toque de picardía. Otros me miraban como exigiéndome el abrazo que faltó en su oportunidad, cuando estábamos bravos. Aquellos de allá estaban recostados conversando entre ellos —se me ocurre que hablan de mí, porque volteaban a verme de vez en cuando—. Había uno en el balcón, mirando hacia lo lejos; tal vez comparando lo que fue estar aquí, con nosotros, con estar allá, de donde se ausentó por un ratico. Me acerqué y le pregunté cómo se sentía, pero me contestó solo con una sonrisa y un abrazo. En ese momento, el alborotado que siempre fue convocó la retirada: se acabó la reunión. Me dijeron que no me lamentara, que podría repetirse de nuevo; pero lo más seguro era que la próxima vez que se reunieran contarían conmigo como parte de la visita, que aprovechara el tiempo que quedaba. Y así desperté, con ese sabor tan dulce en los labios, con algunas lágrimas en los ojos.

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