Mis muertos. Quienes se adelantaron en el
camino. Quienes, antes de salir de viaje, dejaron una estela de amor, de
cariño, de algún tipo especial de caricia que nos dejó prendados, recordando y
hasta un poquito tristes. Sin querer queriendo organicé una reunión que los
incluía. “¿Qué hace este poco de gente viva?”, pregunté sin obtener respuesta. Solo
declinó la invitación uno solo, pero me prometió que estaba en algo, que para
la próxima estaría con seguridad. Ahí estaban, pues, retomando lo que habían
dejado, hasta con un toque de picardía. Otros me miraban como exigiéndome el
abrazo que faltó en su oportunidad, cuando estábamos bravos. Aquellos de allá estaban
recostados conversando entre ellos —se me ocurre que hablan de mí, porque volteaban
a verme de vez en cuando—. Había uno en el balcón, mirando hacia lo lejos; tal
vez comparando lo que fue estar aquí, con nosotros, con estar allá, de donde se
ausentó por un ratico. Me acerqué y le pregunté cómo se sentía, pero me
contestó solo con una sonrisa y un abrazo. En ese momento, el alborotado que
siempre fue convocó la retirada: se acabó la reunión. Me dijeron que no me lamentara,
que podría repetirse de nuevo; pero lo más seguro era que la próxima vez que se
reunieran contarían conmigo como parte de la visita, que aprovechara el tiempo
que quedaba. Y así desperté, con ese sabor tan dulce en los labios, con algunas
lágrimas en los ojos.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
jueves, 29 de marzo de 2018
domingo, 4 de marzo de 2018
Deja de resistir
Deja de resistir, deja de luchar, deja de ir en
contra de la corriente —que ni siquiera es tu corriente— porque tu cuerpo se
enferma. Entrégate a la vida, al flujo de los acontecimientos. Entrégate al
amor y a la compasión. No ocupes tu vida —toda tu vida— en cambiar lo que no te
es permitido cambiar. Logra verle el sentido a las cosas como son, a sus propósitos
superiores, a la concordia entre todos los que habitamos el planeta. Aléjate un
rato del ruido que distrae; disfruta del silencio y del mensaje que deja. Abandona
los atavíos que te amarran imperceptiblemente al sobresalto interminable. Reconoce
la conciencia que está detrás de tu mente, detrás de tanto pensamiento destructor
de tranquilidades, detrás de esos apegos absurdos e inútiles que te impiden
caminar. Deja de resistir.
La escoba está sucia
La escoba está sucia por debajo. A pesar de su
función limpiadora, está cada vez más sucia por debajo. Está sucia porque tiene
contacto con la basura, con su objetivo. Después de varias limpiezas, el sucio se
comienza a acumular y a mostrarse. Es entonces cuando el dueño de la escoba
necesita retirar un poco el polvo, la mugre. Si no se practica este mantenimiento,
la escoba pierde las propiedades para las cuales fue creada y su dueño no
obtendrá el resultado esperado. Así es como este utensilio conservará consigo, perennemente,
en algún nivel, cierto grado de impureza.
Según esta
premisa, parece que nadie que tenga una determinada función profiláctica está exento
de tocar la mugre en algún momento. Parece que a pesar del propósito original,
soñado, anhelado por años, el camino y su rutina están siempre prestos a
ofrecer cierta cantidad de mugre dispuesta a adherirse y a acumularse en
nosotros. Parece que la mugre es inherente al camino, a la vida, incluso a la
función —aunque parezca paradójico—, y más si se tiene un dueño diligente.
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