Me dices que hay que
predicar con el ejemplo, pero… ¿será suficiente? Entiendo el poder de la
muestra, de sentarme enfrente de tu demostración. No me queda dudas de que,
incluso, es lo que mejor puedes hacer ahora para enseñarme. Pero es que, chico,
aun así no te entiendo. Con todo tu vigor, con todo el arsenal de recursos con
los que cuentas y que quieres brindarme, no puedo emularte. Eres como quien se
asoma por una ventana, mira el paisaje, y trata de explicarme lo hermoso que es
todo afuera. En ese caso específico, yo solo podría aprender a hablar como tú
de las cosas que solo tú ves, a guiñar los ojos cuando el sol da en tu cara y a
sonreír de vez en cuando, cuando te maravillas por las cosas que solo tú ves. Pero
sería una payasada, una farsa. Sería solo una caricatura de lo que tú haces. Resultaría
en una infructuosa empresa de malinterpretación, porque es que, mi pana, yo no
siento lo que tú sientes, veo lo que tú ves o entiendo lo que tú entiendes. Tus
esfuerzos y los míos no funcionarán para lo que has pretendido que funcionen
porque yo no sé qué te motiva, de dónde sacas tus cosas o bajo qué estímulos produces
tus maravillas intransferibles.
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