No estoy en oferta. Difícilmente
me vendo. Entrando en lo obvio, debo decirte que no doy descuentos, rebajas. El
regateo no tiene sentido, dado que no hay negocio. Solo para que quede claro:
tampoco me regalo. Sin embargo, nada de eso quiere decir que no puedas
acompañarme por un rato, compartamos y luego nos despidamos por un tiempo. Solo
así podría estar contigo… por lo que dudo que esa ansiedad en tus ojos lo
acepte. Yo sé, por experiencia, que aunque se hablen las cosas, aunque se hagan
contratos preclaros, todo se enredará y querrás ser mi dueña. Yo no quiero de
ti más de lo que debas darme. No espero poseer medias naranjas, almas gemelas o
cualquier cliché ridículo y, por demás, anacrónico. Prefiero la honestidad de los
instantes que el temor por años. Nunca seré un negocio garantizado, seguro, por
lo que, más bien, prefiero seguir en mis lides ermitañas, desapegadas,
verdaderamente libres, a costa del dolor súbito del atavío que nos han impuesto
desde siempre.
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