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jueves, 5 de febrero de 2015
Reiteración odiosa
Qué
fastidio necesitar tiempo. Tiempo para mirar, tiempo para sentir, tiempo para
aprender. Las cosas deberán pasar y pasar, repitiendo su aparición antes de que
nos enteremos de la verdad. Pasó enfrente la primera vez y no vimos nada. No
nos dimos por enterados. Pasó la segunda y tercera y supimos que algo había,
pero todavía no nos interesaba. Pasó de nuevo la cuarta y la quinta, y fue en
la sexta, muchos años después –tal vez demasiados–, me enteré de que aquello
existía. No dejaba de pensar, no dormía pensando en ello, que de una manera
harto necia, no lograba descifrar. Fue entonces que me levanté, con canas en mi
pelo, y dirigí mi interés en saber de qué se trataba todo aquello. Finalmente doblegué
mis paradigmas anacrónicos; lo comprendí todo y lo acogí como propio. Al fin
pude comenzar a disfrutar de lo que me hubiese gustado disfrutar en mi
juventud. Pero es una reflexión que raya en lo ridículo, y para justificarme me
digo a mi mismo que no era posible esta adquisición cuando no sabía, ni
siquiera, que podía existir; que no lo hubiese valorado. Debo apaciguar mi
ansiedad y mi frustración tratando de entender que la luz tarda en encenderse
en nuestras vidas distraídas; que el convencimiento no llega sin tiempo para resolver
los dolores y sus curaciones. Por ahora, mejor me callo… y sonrío, claro.
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