Me devolví a verme en el espejo y ya
no era yo. No era el rostro esperado. Era, más bien, una vieja
caricatura del que fue y ya no era. No había brillo en los ojos, que
trataban de no ser cubierto por aquellos párpados cansados de no sé
qué cosa recurrente, ya inevitable. No sabía si eran arrugas o
laceraciones. No sabía si ese rictus de hastío era de ahora o de
siempre, si gratis o merecido. Total que me encontré con ese carajo
en el cristal, ese lamento silente, ese esperpento que ahora se
dejaba ver. No sé si esa mañana amanecí con la honestidad
revuelta, inevitable, pero sí sé que pude ver cosas en mí que
normalmente oculto a todos y a mí mismo. No lo hubiese hecho... me
hubiese hecho el loco, como suelo hacer, y así seguir sobreviviendo
con la falsedad como mi primera postura.
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