La rentabilidad de mi decisión me está
matando. Siento demonios sobrevolando por encima de mi cabeza,
burlándose de las condiciones en las que me encuentro. Tomé la
decisión y ahora me hinca en las costillas, en los pies, en el
corazón. Debí decidir. La circunstancia y mi percepción de la
fatalidad no me dejaba respirar y creí que saltando de la
embarcación caería en otra mejor, pero caí directo en el agua y
ahora siento que me estoy ahogando. Miro a los lados y nada; no hay
tabla de salvación a la vista. Pero nada, aquí sigo, así sigo.
Trataré, hasta el último momento, de que nadie note que quiero
desistir del esfuerzo al que me comprometí. Siento que compré un
refresco de varios litros y debo beberlo todo sólo porque pagué por
él. Pero aquí voy, carajo, reventándome, firme o casi, rumbo al
triunfo previsto, sin la “rectificación” de los que se
equivocan... ¡porque primero muerto que echarme pa'trás!
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