Se sale del seno familiar con las flores y los vacíos causados. Se mira para afuera por primera vez y va encontrando uno nuevas simpatías que no siempre vienen “sin costo adicional”. Se escogen las banderas que ondearán y nos harán sus esclavos por un buen tiempo —si el tiempo lo permite— y es entonces cuando nos ponemos fastidiosos. En medio de la necesidad de una perfección imaginada por nuestras necedades intelectuales, nos pegamos, como una rémora, a una presunta y endiosada manera de ver las cosas que tarde o temprano mostrará sus costuras y nos dejará en evidencia. Es en ese momento cuando nos vemos tentados a defender algo en lo que ya no creemos por fraudulento, pero que todavía nos brinda un sentido de identidad y supervivencia importantes. Es entonces cuando saltamos de la simpatía al fanatismo, de lo interesante a lo obligatorio, de lo posible a lo irrespetuoso. Y claro, como hay grupitos así de sobra, nos empatamos en una lucha, en una resistencia eterna que nos va a servir para, al momento de morir, declarar, con la voz y la mano temblorosas, que dedicamos una vida a una causa noble. Y mira, quién sabe si hasta te hagan una estatua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario