Arrepentido

El verbo “arrepentirse” parece ser, aparte del reconocer un error del pasado, una estaca en el pecho que saldrá a flote en cada mención del asunto por el resto de la vida. Sirve, aparentemente, para martillar sobre una herida eterna y maloliente que no se cura así como así y hay que arrastrarse de vez en cuando ante ese error como para purgar, para demostrarnos y demostrarles a los demás que sí, vale, que uno no pasa por alto aquello que ya no me acuerdo qué es, pero que igual hay que pagar por los siglos de los siglos. Muy lejos de esa visión, yace un evento desafortunado del pasado, cometido en un estadio inferior de nuestra conciencia en el que no vimos la magnitud de la falta. Tal vez la muestra de que ya pasó y pasó para siempre, es que al recordarnos y recordar lo ocurrido es que concluyamos, con convicción responsable, que no lo volveríamos a hacer. Ya pasó. Hubo daños ahora irreparables. No se puede hacer nada sino pedir perdón y seguir adelante, aumentando nuestro nivel de conciencia para evitar esa eterna ridiculez que es estar arrepentido.