Creo en Dios, pero en
ese que es a mi imagen y semejanza. Creo en el dios que me apoya y está siempre
de mi lado, dándome ánimos, diciéndome que soy mejor que el de al lado. Creo en
el dios que no me va a poner pruebas terribles para que “aprenda” o “tenga
conciencia”: ese no es mi dios. Creo más bien en el dios que me proveerá comodidad,
riqueza, bienestar, prosperidad, porque lo nombro a cada rato y le concedo la
gracia que luego verterá de vuelta sobre mí. Creo en el dios que piensa como yo
y que castiga al desatinado que esté en mi contra, por supuesto, porque estaría
también en contra de Dios. Ese dios en el que creo no dejará que me equivoque
nunca y hará que corrija, cada vez, al equivocado que me lleve la contraria. Mi
dios no es el dios de todo el mundo. Mi dios es un dios bien particular, uno
que sí me comprende y me da luz verde para usar cualquier medio para lograr mis
objetivos porque, a fin de cuentas, a ese dios, a mi propio dios, me lo inventé
yo.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
lunes, 3 de septiembre de 2018
Necesito un perdedor
Necesito un perdedor. Necesito
uno, pero rápido. Necesito que alguien falle para sentirme superior, para
sentir que soy mejor y hasta que le puedo aconsejar. Necesito ver que todo se
hunda a mis derredores para sentir que me elevo. Necesito detonar explosivos en
otras bases para quedar erguido, solo, en medio del desastre. No veo otra
manera. La cosa está difícil. Mis fracasos se cuentan en tales magnitudes que
no me queda sino hacer tropezar a otros, dificultarles el camino, cerrarles las
puertas que todavía quedan bajo mi control, justo antes de mi extinción definitiva. Ganador
es ganador, mi pana: yo no hice las reglas.
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