Guardar por si acaso. Traer por si
algo. Esforzarse por si las moscas. Y así es como un paseo se convierte en
diligencia, como una precaución se convierte en un montón de basura. Así es
como una simple acción va echando pelos y raíces, hasta convertirse en otra
cosa, en algo complejo, en una responsabilidad salida de la nada. La vida se va
convirtiendo más en una eterna pasarela superficial, sin profundidad, sin
efectividad plausible. El miedo a tener la oportunidad o la necesidad y no
poder responder inmediatamente toma el poder de lo más sencillo y lo
transfigura en un fastidio durísimo de emprender cada vez. Pero nada, aquí
estamos, dando vueltas sin cesar, sin aguantar el paso, buscando algo que no
necesitábamos mientras olvidamos a qué fuimos. Compramos carros, casas, muebles
más grandes solo para guardar objetos, por si llega visita o si se queda
alguien; por si hay un terremoto o por si el meteorito de la leyenda se nos
estrella en la cara. Así quedamos como profetas tontos, útiles solo de vez en
cuando, a medias, mientras pasan los segundos sin presente, jalando desesperadamente, con nuestra mente ya enferma, tragedias que justifiquen nuestra brillante visión del
porvenir.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
lunes, 26 de febrero de 2018
jueves, 22 de febrero de 2018
¿La causa del cáncer en Venezuela?
Casi a fin de mes, María se despierta a las cinco
y media de la mañana. Permanece unos segundos mirando al techo de su cuarto,
para después dirigir la mirada a la ventana que aclara. Se levanta. Cocina de
lo poco que le queda de la caja que le llegó hace dos meses para darle el
desayuno y para su almuerzo en la oficina. Dobla los pañales de tela que lavó
anoche antes de dormirse para que su mamá se los ponga a su niño recién nacido durante
el día, mientras ella no esté. Emperifollada, como toda venezolana, sale a la
calle con algún carbohidrato y sin mucha proteína a agarrar el carrito que la
llevará a la estación del metro más cercana. Cuenta los siempre sobrevivientes billetes
de cien que necesita para pagar la nueva tarifa de transporte, quedándose con
menos efectivo disponible para el resto del día. Al llegar a la estación de metro,
se da cuenta de la cantidad de gente que camina por las calles porque “por
causas ajenas a nuestra voluntad” el metro no está funcionando; y así es como
arranca a caminar, entre el río de gente de esta semana; entre un comentario y
otro de los caminantes; entre una conversa y otra con el compañero de turno;
entre una mentada de madre del que venía atrás y otra. Cuarenta y cinco minutos
después llega a la oficina con el cuento compartido, algo despeinada y mucho
menos emperifollada, con la mirada del jefe que no tiene más remedio que
creerle. Con unas ganas de recostarse que se quedan solo en ganas. Así pasa la
mañana, contando los minutos, poco estimulada para hacer una buena labor; solo
motivada por el temor a perder el empleo en una economía como esta. Casi a
mediodía, la llama su mamá para decirle que su tía murió después de luchar
contra una enfermedad para la que no se consiguió medicamento, o al menos la plata
para el bachaquero del ramo. Sin embargo, hay noticias de la calle: llegó el
camión con harina y azúcar al supermercado, al lado de la torre. Deslizándose por
entre los ojos del jefe, de nuevo, un grupete de trabajadores sale de la
oficina para hacer la cola del mercado, prometiendo llegar tarde en la tarde
con algún paquete. Pues a media tarde aparecen los empleados con sus premios
gordos, logrados entre los empujones, los vivos de la cola y el punto de venta
del mercado. A las 5 de la tarde, hora oficial de salida, el jefe detecta la intención
del personal de salir corriendo porque… ¡porque es la hora de salida, pues! Y preguntando
si terminaron los casos por resolver hoy y explicando de nuevo el propósito de
la empresa, ve cómo sale uno a uno, porque, según dicen, no se sabe si el metro
sirve ahorita y no saben cómo van llegar tarde al barrio con los paquetes de
comida encima. Entre la tristeza y el apuro, María sale de sexta en la fila de
desertores traidores de la causa, con dos kilos de harina de maíz y otros dos
de arroz. El metro ahorita sí funciona, así que María y decenas de miles de
trabajadores de la ciudad entran al metro, como pueden… y hasta como no pueden.
Al llegar a la parroquia, no hay carrito porque están en paro, pero
afortunadamente María consigue la cola con un amigo que tuvo que sacar el carro
hoy (después de dos meses encerrado por falta de aceite y repuestos) y quien la
deja cerca de su casa. En la calle había muchos pareceres, muchos rictus,
muchas percepciones de lo que pasaba. No deja de ser curioso cómo cada quien ve
las cosas con el lente de sus ganas. Y así, todos llegan a sus casas. María
llegó extenuada, triste, mientras abraza a su mamá inconsolable, tratando de
darle energías para soportar la pérdida de su hermana mientras entregaban el
cuerpo; con la sonrisa de su bebé y con los cuatro kilos de comida, algo se
compensa. María, ya más tranquila, se sienta enfrente del computador para recargar
el saldo de su teléfono por la página web (ustedes saben: no hay efectivo, no
hay tarjetas prepago) para darse cuenta de que tampoco hay página web del
banco, esa de recargar; y, justamente, al respirar profundo para reacomodar su
cabeza, se fue la luz.
Y todavía muchos se preguntan cuál puede ser la causa
del cáncer en Venezuela.
domingo, 18 de febrero de 2018
Tu punto de vista
Tu punto
de vista. Te costó años para construirlo en medio de tanto caos, de tanto
desorden. ¡Mereces respeto! Estás orgulloso y lo esgrimes con brillantez,
confiando en que es un punto de vista extraordinario. PERO resulta que no es el
único ni el mejor. La vida da vueltas y en cada una necesitarás adoptar otra
perspectiva. Así que… la próxima vez que defiendas tu punto de vista, trata de
comprender que es solo uno entre muchos.
martes, 13 de febrero de 2018
Los del medio
Hay dos extremos de persona que tienen su sensación
respectiva de plenitud: los dueños de ciudades, corporaciones y demás
ostentaciones estratosféricas; y los que viven lejos, casi en soledad, en
contacto con la naturaleza que le provee de su modo de vida. Entre esos dos
extremos quedamos el resto, la mayoría imbécil a la que “nos gusta la
naturaleza" y vamos de vez en cuando, de vacaciones, como diciendo: “esto
sí que es vida”, solo tratando de extraer algo útil de ello… sin ser naturales, pues. Por otro lado, estamos
los que nos desvivimos por ostentar el poder materialista en exceso, con admiración
y sueños enfermizos desde pequeños, que sin poder entrar en esa esfera reluciente
observamos desde afuera, tocando el vidrio con ansiedad desquiciada, y que con
unos ahorritos podemos acceder, muy de vez en cuando, a ciertas facilidades de
esa vida preciosa… pero sin ser ricos,
pues. Es así, entonces, creo, que los del medio vivimos entre la hipocresía
de identificarnos como algo que no fuimos nunca y anhelar algo que nunca seremos.
sábado, 10 de febrero de 2018
Gracias, Error
Gracias, error. Gracias por presentarte y demostrarme,
hasta de manera dolorosa, que estoy en el camino equivocado. Eres una especie
de aparición inequívoca, exacta, que viene a que las cosas recobren su lugar.
Gracias, además, por tu constancia y por tu brutal coherencia. Aunque perdón,
error. Perdón por hacer de ti una aparición incomprensible, por hacerme el
sordo, por no querer escuchar el mensaje de alerta que aportas sin vacilar.
Perdón por ponerme a la defensiva, por no descifrar la misiva, por no
interpretar el dolor y accionar en consecuencia. Si hubiese un amigo del alma, uno
al que habría que agradecerle por la dureza de las verdades que trata de
transmitir, uno que nos dijera a la cara cuándo estás equivocado y en peligro,
definitivamente serías tú, mi fiel pana.
viernes, 9 de febrero de 2018
No es el pan...
No es el
pan, no es el azúcar, no es la harina de maíz… no lo es tanto. No es lo
apretado de la situación en la calle. No es, créanme, la inseguridad que
amenaza como ruleta rusa. No es, a pesar de ser el chivo expiatorio favorito
con sobrado puntaje, el pillaje de los políticos. Es otra cosa; otra cosa muy
diferente que se esconde y solo muestra su lado público, altisonante, mediático…
no el verdadero, no el más profundo y fundamental. Es la soledad. Claro que sí.
Eso no lo voy a discutir contigo, porque ya nadie me lo sacará de la cabeza. Es,
como repito, la soledad. La cola se convirtió, en medio del incendio, del ruido
y la diáspora, en el refugio de los solitarios en esta crisis llamada actual. Muchos
portadores de dolores nuevos se juntan, a la misma hora y por el mismo canal,
en el lugar designado por la necesidad que nos aqueja hoy. Y no solo ellos; también
se unen los custodios de penas viejas, de siempre, esos que vienen gimiendo
desde hace años, desde otras décadas, en busca de los afectos a los que haya
lugar, en la nostalgia de los que se perdieron en el camino. Nunca lo tuvimos
prohibido, pero es ahora cuando podemos, con una excusa inexpugnable, salir a
la calle, encontrarnos y compartir un rato. Hablar con alguien, sonreír con tu
próximo amigo, ¿y quién sabe?, con tu siguiente historia de amor. Un exquisito
pasatiempo se abrió lugar recostados en el muro del mercado, pisando la grama de
la plaza o sentados en la acera, siempre esperando, en el peor de los casos, a
quien te brindará la próxima sonrisa, mientras, poniendo en riesgo su dignidad,
escondiéndose detrás la falta de carbohidratos, proteínas y grasas, entrega el tesoro
más valioso que guarda a quien quiera conservarlo: Su Corazón.
sábado, 3 de febrero de 2018
¡Que alguien ponga el maldito bombillo!
El alumbrado público es necesario para garantizar cierto
nivel de seguridad, transitabilidad y hasta de estética en el lugar. Enfrente de
mi casa hay un poste cuyo bombillo no funciona, y es tanta la distancia al
próximo poste, que todo está en una oscurana aterradora al llegar la noche. Por
lo tanto, no tengo seguridad, transitabilidad ni estética: no se ve nada, pues.
Si el encargado de mantener el alumbrado público no cumple
su tarea, la verdad es que no me interesa su tinte político, su tendencia
filosófica, su religión ni sus disgustos personales. Ese encargado remunerado
para mantener nuestro alumbrado simplemente
debe colocar el bombillo en el poste enfrente de mi casa. Si es una empresa
privada derechista, si es una corporación trasnacional imperialista, si es una
comuna socialista, si es una cooperativa de ciudadanos o un grupo de amigos, la
verdad no me importa en principio: me importa que la calle esté iluminada y pueda
salir de noche sin temer lo peor. Sé que muchos podrían desacreditar el texto
ya escrito en este punto, pero fíjense ustedes que si el bombillo permanece
apagado, no puede haber discusión ideológica posible: Si algo no funciona, no funciona y punto; no importa si el que los
deja de poner es blanco, negro, harto trabajador, familiar o buena gente: No Sirve.
Una vez que esté puesto el bombillo y yo pueda salir sin
miedo de casa en la noche a visitar a mis vecinos, podré discutir con ellos
cómo es que debe llegar el bombillo al poste en lo sucesivo, con la mayor
justicia posible; pero mientras, estoy aquí, encerrado, desde hace años, escuchando
por la radio justificaciones de por qué estar a oscuras vale la pena.
viernes, 2 de febrero de 2018
Necesito Ibuprofeno
Necesito Ibuprofeno. Y
lo necesito urgentemente. No es cosa sencilla. Me duele la cabeza por prestar
atención a las necedades propias y ajenas. Me duele el estómago por comer
basura en la calle, por no tener tiempo para cocinarme mis alimentos. Me duele
el intestino por aguantar el estrés de lo pendiente, de las expectativas, del
futuro. Necesito Ibuprofeno, pero lo necesito ya. La cervical no juega, va en
serio mientras encoge los hombros con dolor y mala intención. Tal vez con
Tiocolchicósido sería mejor para relajar el jalón entre los dorsales, los
lumbares y sus malas costumbres. Si no consigo Ibuprofeno rápido, será tarde. Ya
me habré entumecido la existencia, y entre el tendón que jala y el nervio que
cortocircuita, me convertiré rápidamente en una masa varicosa de sudores y
temblores que no podrá nunca incorporarse sobre sus piernas. Hay otros
analgésicos en el mercado, pero me dan tanto miedo por su efectividad mágica
que prefiero usar a mi viejo amigo, con sus sabor extraño, con su dificultad
para tragar, con su efectividad después de media hora en reposo… no más que
eso.
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