La creencia deberá
pasar por el tamiz de mis prejuicios. Mis experiencias atropelladas darán lugar
y forma a mis pensamientos. Todo lo disfuncional de mi crianza se volcará en el
molde de estos ídolos que diseñé y a los que seguiré en adelante. Se me antoja
que Dios será un dios con mano dura, que no perdonará ni un solo resbalón —como
debe ser—, que castigará a todos los que se metieron conmigo y me hicieron la
vida de cuadritos; pero que otorgará perdón y justificación a los errores que
con tanta ingenuidad he cometido durante mi existencia atormentada. Los libros
sagrados girarán en torno a mis pareceres, a mi conveniencia y hasta a mis placeres
—ya saben, por todo lo que sufrí y que ahora logré solo con mi esfuerzo—. Tú,
como el discípulo perfecto, te ajustarás a mis dictados y juntos, tú, yo y
todos los que se acerquen, construiremos el nuevo ser humano, perfecto,
obediente, fiel… ¡Y que Dios nos agarre confesados!
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