Seguramente la vida es más que lo que
hemos experimentado hasta ahora. Segurísimo que nos hemos perdido en las
distracciones baratas y no tan baratas que supuran los medios, el sistema frío
y perverso que trata de separarnos de nosotros mismos, de los nuestros, de
nuestras raíces. Pero abrir los ojos y comenzar a sentir lo que en realidad
somos, dejar de distraernos con lo que pudiera ser y concentrarnos en lo que
es, no parece nada fácil. Y menos fácil será si quienes tienen alguna supuesta pista
del camino correcto se nos acercan y nos entregan un mensaje afectado,
enrarecido, comeflor, de caricaturas. Es impresionante lo estúpido que puede
llegar a sonar la verdad en los labios o en letra de quienes fingen haber
llegado a la cima del bienestar y ahora se dedican a embutirlo en nosotros con
los métodos más inadecuados y clicheteros que tuvieron a bien elegir. Yo estoy
convencido de que hay algo más, de que algo que estamos obviando, de que algo silencioso
que nos espera sentados y que hay caminos insospechados para llegar a eso que
me hará sentir pleno más allá de este ruido ensordecedor del ego; pero estoy
seguro de que chocando con estos mequetrefes que sugieren haber llegado al palacio
de lo bueno cruzando el puente de paletas de helados, mira, el camino se irá
alejando más y más, con cada intento. Y lo peor del asunto es que temo caer de
nuevo aquí donde estoy ahorita, en la misma marisma oscura, buscando algo de
distracción frívola y superficial en la que debo pasar el resto de mis días,
pero ahora con menos fuerzas que antes para mirar hacia los lados. Gracias,
mequetrefe insalubre, por tus presuntos favores.
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