El plomo acabó con mis
argumentos. El disparo cegó todo. Ahora soy un ejemplo, un símbolo, pero tal
vez no quería serlo. Tal vez quería andar por la calles, saludar, permanecer en
el banco del parque sin ser reconocido por muchos. Venía a toda velocidad, con
todas la ganas, con más futuro que pasado y la calamidad me tendió su mano
inevitable. Quería ser un célebre anónimo, un alma libre y comprometida, un
obrero de alegrías y no pude. Con mis pantuflas, mi bata de baño algo
desaliñada y mi bolsa de pan calientico y recién mordido, recibí mi porción de
maldad, de indiferencia; recibí una entrada al porcentaje maluco ese que sale
en periódicos y estadísticas semanales. Pero creo que iba a pasar de todas
maneras. Creo, con lo pavoso que he sido, que si hubiese habido un solo
pasajero al otro mundo por estos días, igual hubiese sido yo.
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