Te hablo desde el
barro y de vuelta. Te hablo desde la oscuridad conociendo la luz. Te hablo
desde la soledad, harto de la muchedumbre. Te hablo desde lo frugal, hastiado
de la abundancia. Te hablo sin prejuicios, sin engaños, sin pretensiones. No ejecutaré
trucos de ilusión porque ya no los necesito. Venir de los extremos me da una
visión exacta, necesaria, de dónde debo estar. La tontería y la superficialidad
ya no me atrapan porque ahora las puedo ver
completas, de lejos, sin apegos ridículos. Saqué cuentas, promedios,
tendencias, y luego de examinarlas con detenimiento, me sorprendí de lo ciego
que era, de la costosa ignorancia en la que pasaba mis años, en las que basaba
mis decisiones. Ahora, ya cuando se pasó el deslumbramiento del resurgimiento,
me resulta una clase de preescolar saber por qué no era feliz.
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