Esta mañana me desperté sintiendo un dolor de espalda algo
molesto, por aquí, por el riñón derecho. Segurito me viene una insuficiencia
renal en camino. Siempre lo supe, con estas molestias y los pronósticos de mi
primo. Parado aquí, en el balcón de la sala, tampoco recordaba la presión en la
frente que me atacó a mansalva en estos días. La verdad, no fue muy fuerte,
pero todo comienza así, suavecito, y después ataca con toda la fuerza, de
manera fulminante y no lo deja a uno reaccionar, despedirse de los seres
queridos. Además, el dolorcito ese sospechoso que me surge ahora en mi
antebrazo izquierdo: no puede ser otra cosa que el corazón echando vaina. El aceite
de oliva está escaso y por eso pasan las calamidades, te lo digo. Llevo unos
quince minutos tosiendo, dándome el automasaje en el pecho, salvándome de un
ataque masivo que me deje tirado en mi piso de parquet recién echado. Me siento
cansado ya: el fin se acerca. Las arterias que me irrigan deben estar tan
cargadas de colesterol, y cuando se van cerrando la falta de sangre debe estar
produciendo un yo-no-sé-qué que me tiene mortificado, que no me deja dormir
escuchando cómo mi sangre tropieza con los escombros que dejé durante estos
años. Mi mamá me lo dijo. Voy a sentarme un rato… ¡Ay, carajo! …esta rodilla me
tiene muy pensativo. Por la parte interior de la rótula, muy seguramente —y
según escuché en un programa—el menisco está sucumbiendo por uno de los lados y
debe estar gastado, produciendo el roce entre el fémur y la tibia, hueso con
hueso sin amortiguación alguna. Tengo la sensación de que un día de estos la
pierna no me responderá y caeré como un pendejo en plena calle, de culo,
despegándose para colmo uno de los riñones enfermos —ese, el de la derecha—, y
con esa tremenda vergüenza, no habrá cómo evitar que se también se despegue una
placa de grasa de la arteria obstruida que va parriba y me muero por un
accidente cerebro-vascular. Qué destino el mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario