Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"

martes, 15 de septiembre de 2015

El hombre... una de vaqueros.

El hombre, lanzando manotazos de desesperación se quejaba de no poder respirar. Llegó un poco de aire, de oxígeno, y se fue tranquilizando. Poco rato después, el hombre se dio cuenta de que no podía moverse. La aflicción lo atacó, mientras se le despertaban las extremidades. Después de un instante, el estómago le indicaba la necesidad de alimentos. Entre la queja y el hambre, corrió detrás de su presa hasta dominarla. Como mucho placer la desguazó y comió las partes más deliciosas. Dormía el hombre su desayuno, cuando al despertar, se dio cuenta de que no podía ver bien. Estaba oscuro. A rastras logró reunir unas ramas secas y con unas piedras que le hicieron tropezar y caer, pudo hacer el fuego necesario para ver, para combatir el frío, para calentar su comida. Yacía el hombre recostado en la pared externa de su refugio, y mientras amanecía comenzó a ver la extensión de la tierra donde vivía. Los árboles movidos por el viento, los ríos incansables que le daría el agua para completar su sustento. Bajó el hombre de su colina y comenzó a reconocer el vasto territorio; el olor a tierra mojada, a vegetación viva. Después de pocos meses, ya todo le era familiar y se aburrió. Sentía que necesitaba más que eso, pero no sabía qué cosa podría ser. 190 mil años después, sigue aburrido. 190.000 todavía no sabe qué cosa sería esa que lo completaría. 190.000 se entretiene incansablemente hasta el día de su muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario