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lunes, 24 de noviembre de 2014
Aquí te espero, muerte
Aquí
te espero, muerte. No correré más. Total, ya sé cómo es que te mueves. Llegas de
repente o avisas con tiempo para aumentar el temor que te tenemos todos… que ya
no te tengo. Cuando quieras, asoma sus cacareadas huesudas fauces y tengamos la
conversa pendiente. Ya no temo. Ya no temo y te diré el porqué. Porque siempre
has estado presente en mi vida, tomando de la mano a los míos y ajenos. He presenciado
los episodios más variados de tus apariciones. Ya me aburriste. Ya estás
retratadita. Ya no eres el misterio que todos creíamos cuando pequeños. Eres
sólo la parte final de la vida, y la gente te teme sólo por las cuentas
fallidas que hay que darte, por esos descuadres, por la malversación de tiempo
y esfuerzo en empresas equivocadas. Ya me puse mi bata de baño, muerte, que es
como me quiero ir. Ya escribí la nota de despedida -muy tierna y alegre, te participo-, en la que
te desenmascaro ante los míos. Ya me tomé el trago de inspiración. Comprendo que
te has ido arrechando a medida que me lees, muerte, pero es que no tengo la
culpa de la comprensión que al fin me arropa. Ahora te demoras, parca. Ahora quieres
ensayar de nuevo el truco fallido del “todavía no”. Ahora soy yo quien te
espera sobrado. Por más malabares que hagas ahora, por más trucos sucios que
gestes en estos instantes, mira: Nadie
me quita lo bailao ni la sonrisa que deja.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Descalabro
Allí estaba
sentada ella, simpática, expectante, con ganas de vivir. Iba en el metro al
trabajo, como todos los días, con la esperanza de dar con el botón que la haría
realizarse como profesional, como mujer, como ser humano, en un futuro no muy
lejano. A su lado, como cada día, su esposo. Él, con el invariable sopor que lo
arropaba desde algún momento de la relación hasta ahora, entretenido con su
teléfono inteligente, jugaba algún
jueguito de moda, mostrándole a su mujer, de vez en cuando, que había logrado
superar el nivel actual.
Ella lucía espectacular. No era estereotípicamente linda,
pero su mirada y su sonrisa recortada provocaban la mirada de los caballeros
alrededor. De pronto, dejó caer sin querer el bolsito del almuerzo. Su querido gordo (como ella le decía) seguía
absorto en su pequeña pantalla, al mismo tiempo que un joven, desde el otro
lado del vagón, casi se arrodilla para recoger el bolso y depositarlo en sus
manos estilizadas, bien preparadas para asir, para acariciar, y muy pronto,
para dejar ir.
El gordo sólo pudo ver el celaje de algo que se acercó a su
esposa y desapareció, pero no se fijó que de nuevo, ella clavó suavemente su
mirada encantadora sobre su fugaz benefactor en señal de agradecimiento.
Ella miró al tipo que estaba a su lado en el asiento, en su
cama, en su vida, y de nuevo se argumentó que todo estaba bien, que todo
mejoraría en el futuro. Ella seguiría, por amor a su querido gordo, capeando
todas las atenciones que le prodigarían príncipes y villanos en el intento de
hacerse de esos ojos por un rato, por unos días, por toda la vida.
Al menos… eso era lo
que ella pensó entonces.
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